miércoles, 17 de octubre de 2012

una bofetada

UNA BOFETADA


La historia trata de un mensú que trabajaba en un barco junto con más peones, cargando y descargando barriles de muelle en muelle. El mayordomo del barco, llamado Acosta, buscaba la forma de meter de contrabando aguardiente para los peones, en una de tantas borracheras entre los peones se dio una pelea, que hizo tanto escándalo que el capitán llamado Korner, escucho el escándalo y se dirigió a ver qué pasaba hay, y se encontró con Acosta, y le reclamo, diciéndole que solo él era el responsable de todo eso, y lo amenazo con acusarlo con Mitain, que era el dueño del barco, llamado Meteoro, lo cual tenía sin cuidado a Acosta, que termino por perder la cabeza y le respondió a el capitán, que era su despacho, y hay podía hacer lo que quiera. El capitán se dispuso a retirarse, y el camino sobre las escalerillas, se encontró con el Mensú amarrado a un poste, con una sonrisa burlona, el capitán se paró enfrente de él y le dijo-con que sos vos-siempre me lo tengo que encontrar en mi camino, ¡compadrito!- Korner siego por la rabia, lo bofeteo de derecha a revés, y el solo dijo-Algún día!! -.Y así pasaron 2 años, el mensú, trabajo en varios obrajes, llego el día en que el Mensú se volvió a encontrarse con Korner, el trato de saludarlo, pero Korner no quiso, entonces Korner saco el revólver y disparo, al momento el Mensú saco el machete y saco una cachetada que hizo volar el revolver con un dedo índice, cuando se dio cuenta el indicito ya estaba encima de korner, los demás peones se quedaron admirados, y el mensú les dijo que siguieran su camino. Entonces el Mensú le dijo a Korner que se parara, que caminara, él quiso contraatacar pero no pudo, en cuanto se impulsaba ya tenía el puño en la cara, se dio por vencido y se decidió a caminar la picada, de pronto le dio un golpe en la espalda y la nuca, y así fueron bajando, golpe tras golpe, hasta llegar al muelle, y ahí le dijo-esto es para que saludes a la gente- y esto, para que respetes a la gente , lo echo en una canoa, y dejo que la corriente se lo llevara.


a la deriva

A LA DERIVA


El hombre pisó algo blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.
El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.
Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
-¡Dorotea! -alcanzó a lanzar en un estertor-. ¡Dame caña1!
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.
-¡Te pedí caña, no agua! -rugió de nuevo-. ¡Dame caña!
-¡Pero es caña, Paulino! -protestó la mujer, espantada.
-¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!
La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.
-Bueno; esto se pone feo -murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentose en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito -de sangre esta vez- dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.
-¡Alves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.
-¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! -clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.
El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.

el loro pelado

EL LORO PELADO


Había una vez una bandada de loros que vivía en el monte.
          De mañana temprano iban a comer choclos a la chacra, y de tarde comían naranjas. Hacían gran barullo con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela en los árboles más altos, para ver si venía alguien.
         Los loros son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclos para picotearlos, los cuales, después se pudren con la Lluvia. Y como al mismo tiempo los loros son ricos para comerlos guisados, los peones los cazaban a tiros.
          Un día un hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó herido y peleó un buen rato antes de dejarse agarrar. El peón lo Llevó a la casa, para los hijos del patrón; los chicos lo curaron porque no tenía más que un ala rota. El loro se curó muy bien, y se amansó completamente. Se Llamaba Pedrito. Aprendió a dar la pata; le gustaba estar en el hombro de las personas y les hacía cosquillas en la oreja.
         Vivía suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín. Le gustaba también burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el té en la casa, el loro entraba también en el comedor, y se subía por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenía locura por el té con leche.
         Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le decían las criaturas, que el loro aprendió a hablar.
         Decía: "¡Buen día, lorito! "¡Rica la papa!" "¡Papa para Pedrito!..." Decía otras cosas más que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden con gran facilidad malas palabras.
          Cuando Llovía, Pedrito se encrespaba y se contaba a sí mismo una porción de cosas, muy bajito. Cuando el tiempo se componía, volaba entonces gritando como un loco.
         Era, como se ve, un loro bien feliz, que además de ser libre, como lo desean todos los pájaros, tenía también, como las personas ricas, su five o clock tea.
         Ahora bien: en medio de esta felicidad, sucedió que una tarde de lluvia salió por fin el sol después de cinco días de temporal, y Pedrito se puso a volar gritando:
          —¡Qué lindo día, lorito!... ¡Rica, papa!... ¡La pata, Pedrito!... y volaba lejos, hasta que vio debajo de él, muy abajo, el río Paraná, que parecía una lejana y ancha cinta blanca. Y siguió, siguió volando, hasta que se asentó por fin en un árbol a descansar.
         Y he aquí que de pronto vio brillar en el suelo, a través de las ramas, dos luces verdes, como enormes bichos de luz.
          —¿Qué será? —se dijo el loro— ¡Rica, papa!... ¿Qué será eso?... ¡Buen día, Pedrito!... El loro hablaba siempre así, como todos los loros, mezclando las palabras sin ton ni son, y a veces costaba entenderlo. Y como era muy curioso, fue bajando de rama en rama, hasta acercarse.
         Entonces vio que aquellas dos luces verdes eran los ojos de un tigre que estaba agachado, mirándolo fijamente.
         Pero Pedrito estaba tan contento con el lindo día, que no tuvo ningún miedo.
         —¡Buen día, tigre! —le dijo— ¡La pata, Pedrito!...
         Y el tigre, con esa voz terriblemente ronca que tiene, le respondió:
         —¡Bu-en día!
         —¡Buen día, tigre! —repitió el loro—. ¡Rica, papa!... ¡rica, papa!... ¡rica papa!...
         Y decía tantas veces "¡rica papa!" porque ya eran las cuatro de la tarde, y tenía muchas ganas de tomar té con leche. El loro se había olvidado de que los bichos del monte no toman té con leche, y por esto lo convidó al tigre.
         —¡Rico té con leche! —le dijo—. ¡Buen día, Pedrito!... ¿Quieres tomar té con leche conmigo, amigo tigre?
         Pero el tigre se puso furioso porque creyó que el loro se reía de él, y además, como tenía a su vez hambre, se quiso comer al pájaro hablador. Así que le contestó:
         —¡Bue-no! ¡Acérca-te un po-co que soy sor-do!
         El tigre no era sordo; lo que quería era que Pedrito se acercara mucho para agarrarlo de un zarpazo. Pero el loro no pensaba sino en el gusto que tendrían en la casa cuando él se presentara a tomar té con leche con aquel magnífico amigo. Y voló hasta otra rama más cerca dei suelo.
          —¡Rica, papa, en casa! —repitió gritando cuanto podía.
         —¡Más cer-ca! ¡No oi-go! —respondió el tigre con su voz ronca.
         El loro se acercó un poco más y dijo:
          —¡Rico, té con leche!
         —¡Más cer-ca toda-vía! —repitió el tigre.
         El pobre loro se acercó aún más, y en ese momento el tigre dio un terrible salto,
         tan alto como una casa, y alcanzó con la punta de las uñas a Pedrito. No alcanzó a matarlo, pero le arrancó todas las plumas del lomo y la cola entera. No le quedó una sola pluma en la cola.
         —¡Tomá!—rugió el tigre—. Andá a tomar té con leche...
         El loro, gritando de dolor y de miedo, se fue volando, pero no podía volar bien, porque le faltaba la cola, que es como el timón de los pájaros. Volaba cayéndose en el aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo encontraban se alejaban asustados de aquel bicho raro.
          Por fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo fue mirarse en el espejo de la cocinera. ¡Pobre, Pedrito! Era el pájaro más raro y más feo que puede darse, todo pelado, todo rabón y temblando de frío. ¿Cómo iba a presentarse en el comedor con esa figura? Voló entonces hasta el hueco que había en el tronco de un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió en el fondo, tiritando de frío y de vergüenza.
          Pero entretanto, en el comedor todos extrañaban su ausencia:
          —¿Dónde estará Pedrito? —decían. Y llamaban—: ¡Pedrito! ¡Rica, papa, Pedrito! ¡Té con leche, Pedrito!
          Pero Pedrito no se movía de su cueva, ni respondía nada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no apareció. Todos creyeron entonces que Pedrito había muerto, y los chicos se echaron a Llorar.
         Todas las tardes, a la hora del té, se acordaban siempre del loro, y recordaban también cuánto le gustaba comer pan mojado en té con leche. ¡Pobre, Pedrito! Nunca más lo verían porque había muerto.
         Pero Pedrito no había muerto, sino que continuaba en su cueva sin dejarse ver por nadie, porque sentía mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De noche bajaba a comer y subía en seguida. De madrugada descendía de nuevo, muy ligero, iba a mirarse en el espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las plumas tardaban mucho en crecer.
         Hasta que por fin un día, o una tarde, la familia sentada a la mesa a la hora del té vio entrar a Pedrito muy tranquilo, balanceándose como si nada hubiera pasado. Todos se querían morir, morir de gusto cuando lo vieron bien vivo y con lindísimas plumas.

la abeja haragana

LA ABEJA HARAGANA


La abeja haragana: El cuento de la abejita holgazana es el que, sin duda, tiene más moraleja. Cuenta la historia de una abeja que no ayudaba a su colmena y que un buen día le advirtieron de que trabajara. Así pasaron días hasta que una buena noche no le dejaron regresar a la colmena, y se desató una tormenta. La abeja tuvo que quedarse a dormir en una cueva con una serpiente. Gracias a un truco de inteligencia logra salvar su vida, y desde ese momento fue la abeja más trabajadora, porque comprendió que las abejas se ayudan unas a otras y que dependen de la colmena para sobrevivir.
Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.




anaconda

ANACONDA


Este cuento trata, sobre la historia de un grupo de serpientes que quieren luchar contra unos hombres, cuyo fin es quitarles o “robarles” su veneno para realizar vacunas inmunizadoras.

La historia comienza cuando una yarará (víbora), se acerca a una casa, que hasta no hace mucho tiempo había estado deshabitada, y ahora se encuentran en ella cuatro seres humanos, un perro y unos cuantos caballos.

Un día, Lanceolada, que así era como se llamaba esta yarará, asustada por la llegada del hombre a esta casa, convoca al Congreso de Víboras en una caverna, que era el refugio de la serpiente más vieja y una de las más venenosas, la cascabel, que entre ellas recibía el nombre de Terrífica. En este congreso se reunieron casi todas las especies de yararás de la zona, y discuten que plan deben seguir ante el posible peligro que las acecha. Finalmente, a propuesta de Cruzada, se decide pedir ayuda a algunas de sus primas las culebras. Cruzada se ofrece para hablar con Ñacaniná (culebra que se caracteriza por su enorme velocidad al desplazarse) para convencerla de que se acerque hasta la casa para espiar que está pasando y cual es la intención de los hombres. Ñacaniná se acercó a ver lo que decían, y tuvo suerte de que no la mataran al ser vista por un ser humano, que la reconoció y no la cogió ni la mató por ser una culebra. Ésta, alarmada, fue corriendo al Congreso de las Víboras, y les advirtió de lo que querían hacer los seres humanos era cazar a todas las víboras de la región y sustraerles el veneno para hacer un antídoto de inmunización y montar así un Instituto Seroterápico. Todas las serpientes quedaron atónitas de lo que la Ñacaniná les contaba. Cruzada se levanta en el Congreso y decide empezar por si sola la lucha contra el hombre acudiendo a la casa. La Ñacaniná le advierte del peligro que supone ir a la casa a cualquier serpiente venenosa, sobre todo porque disponen de un perro inmunizado que olfatea y pone al descubierto a cualquier víbora que se acerque. A pesar de todo Cruzada decide ir.

Al día siguiente Cruzada fue a la casa. Allí se encontró con el perro negro, a quien mordió en el hocico y creyó haberlo matado, pero uno de los hombres la coge con un palo y la mete en el serpentario. Allí conoce a otra serpiente procedente de la India, cuyo nombre es Hamadrías o cobra real. Ésta le dice que el perro que creía haber matado, no está muerto pues estaba inmunizado contra las picaduras de serpiente. Hamadrías propone un plan a Cruzada para escaparse. Cruzada se deja morder por Hamadrías para hacer creer a los hombres que está muerta. En efecto, los seres humanos, al encontrarse a Cruzada tendida en el suelo piensan que ha sido atacada por Hamadrías y la arrojan por la ventana. Luego, cogen a Hamadrías para sacarle el poco veneno que le tenía que quedar. En ese momento Cruzada aprovecha para morder al hombre que tenía cogida a Hamadrías, dejandolaí caer al suelo, la cual a su vez muerde al que era el director del Instituto. De esta manera logran escapar..

Los mensu

LOS MENSU


Este cuento nos habla de 2 personajes llamados Cayetano Maidana y Esteban Podeley que eran peones y después de largos meses en los obrajes vuelven a la posadas en el Silex gozosos de derrochar en mujeres y alcohol su paga para volver a trabajar en otro lugar por largo tiempo.
Al fin encuentran a las muchachas, gozan, se alcoholizan, gastan en ropa ya que el mensú posee un desprendimiento brutal de su dinero.
Así después de esto se remontaron al rió a su nuevo lugar de trabajo, Cayetano llevo a su compañera y a su revolver el cual perdió en el juego en cambio Podeley gano el collar de la muchacha, jabones de olor y medias así fue el viaje para empezar de nuevo con la vida de obraje.
Podeley era buen peón. En el bosque hizo su cobertizo y su jornada terminaba en sábado cuando lavaba su ropa y se surtía de todo lo necesario para la siguiente semana.
Sin embargo Cayetano meditaba su fuga pero le faltaba su revolver, aprovechando que su mujer huyo con otro, este se la vendió a cambio de una pistola.
En el otoño y con los chubascos los mensú se enfermaban cosa que sucedió con Pödeley, al cual su patrón no quiso dejar recuperarse. Como estaba bastante enfermo decidió huir, escaparse junto con Cayetano un domingo descubiertos tuvieron que escapar de los tiros y de sus perseguidores internándose en el bosque para posteriormente haciendo una especie de balsa huir por el rió, pero desgraciadamente por la lluvia y el agua helada Podeley murió cuando llegaron a El Silex y Cayetano ya en tierra volvió a emborracharse con otro nuevo contrato.
Esta es la vida de los Mensú que es el carácter fundamental como se vera en las siguientes frases:
  • Flacos despeinados en calzoncillos, la camisa abierta en largos tajos, descalzos como la mayoría, sucios como todos los mensú devoraban con los ojos la capital del bosque Jerusalén y Golgota.
  • Como intermediario y coadyuvante espera en la playa un grupo de muchachas alegres de carácter y de profesión, ante las cuales los mensú sedientos lanzan sus ¡ahiju¡ de urgente locura.
  • Cayetasno y Podeley bajaron tambaleantes de orgía preguntada y rodeados de 3 o 4 amigas se hallaron en un momento ante la cantidad suficiente de caña para colmar el hambre de eso de un mensú.
  • Pero en una u otro las muchachas renovaron el lujo detonante de sus trapos, anidándose la cabeza de pestones ahorcándose las cintas, robado todo con perfecta sangre fría al hidalgo alcohol de su compañero, pues es lo único que el mensú realmente posee un desprendimiento brutal de su dinero.
  • Acompañaban los 2 muchachas orgullosas de esa opulencia, cuya magnitud se acusaba en la expresión un tanto hastiada de los mensú, arrastrando consigo mañana y tarde por la calles caldeadas una infección de tabaco negro y exacto de obraje.
  • La noche llegaba por fin y con ella la bailanta, donde la mismas damiselas avisadas inducían a beber a los mensú, cuya realeza en dinero de anticipo les hacia lanzar 10 pesos por una botella de cerveza para recibir en cambio 1.40 que guardaban si ojear siquiera.
  • Ambos se miraron con expresión que pudiera haber sido de espanto si un menús no estuviera perfectamente curado de ese malestar.
  • Cayetano miro a su mujer y aunque la belleza y otras cualidades de orden mas moral pesan muy poco en la elección de un mensú quedo satisfecho.
  • A dos metros de él, sobre un baúl de punta los mensú jugaban concienzudamente al monte cuanto tenían.
  • Era este el real momento de los mensú, olvidándolo todo entre los anatemas de la lengua natal, sobrellevando con fatalismo indígena la suba siempre creciente de la provista que alcanzaba entonces a 5 pesos por machete y 80 centavos por lata de galleta.
  • Ocupábanse entonces los mensú en la planchada, tumbando piezas entre incalcable gritería, que subía de punto cuando las mulas impotentes para contener la alzaprima que bajaba a todo escape rodaban unas sobre otras dando tumbos.
  • Los dos mensú quedaron solos charlando resultas de lo cual convinieron en vivir juntos a cuyo efecto el seductor se instalo con la pareja.
  • Pero como el mensú parecía gustar realmente de la dama cosa rara en el gremio Cayetano ofreciósela en venta por un revolver con balas que el mismo sacaría del almacén.
  • El otoño finalizaba y el cielo fijo de sequía con chubascos de cinco minutos se descomponía por fin el mal tiempo constante con su humedad hinchaba el hombro de los mensú.
  • Tan claramente se denuncia el chucho aspecto de los mensú que el dependiente bajo los paquetes sin mirar casi al enfermo, quien volcó tranquilamente sobre su lengua la terrible amargura de ella.
  • El descanso absoluto al que se entrego por 3 días bálsamo especifico para el mensú por lo inesperado hizo convertirle en un bulto castañeante y arrebujado sobre un raigón.

la miel silvestre

MIEL SILVESTRE


Esta historia relata la aventura por mas que se quiera mejorar no hay duda que es horrenda de un contador publico inexperto en todos los peligros que puede haber en un bosque al cual decide internarse solo por el deseo de conocer la vida de la selva solo para encontrar la muerte por ingerir miel silvestre que sin saberlo lo paralizo por comerla toda, y no solamente eso sino que las hormigas carnívoras llamadas las corrección lo devoraron encontrando solo el esqueleto su padrino el nombre de este muchacho esa benicasa que es el nombre del carácter fundamental de la obra:
  • Benicasa habiendo concluido sus estudios de contaduría publica sintió fulminante deseo de conocer la vida de la selva.
  • No fue arrastrado por su temperamento pues antes bien Benicasa era un muchacho pacifico gordinflón y de cara rosada en razon de su excelente salud.
  • Pero así como el soltero cree de su deber la víspera de su boda despedirse de la vida libre con una coche de orgía con sus amigos de igual modo Benicasa quiso honrar su vida con 2 ó 3 choques de vida intensa.
  • Al monte quiero recorrerlo un poco.
  • Al día siguiente recorrió la picada central por espacio de una legua.
  • Benicasa dormía profundamente cuando fue despertado por su padrino.
  • Benicasa fue enterado de curiosas hormigas que llamamos corrección.
  • Benicasa se observaba muy de cerca en los pies la placa lívida de una mordedura.
  • Benicasa reanudo el sueño aunque sobresaltado toda la noche por las pesadillas tropicales.
  • Entre el y las bolsitas estaban las abejas.
  • Benicasa cogió una y oprimiéndole el abdomen constato que no tenia aguijón.
  • Pero las restantes estaban llenas de miel una miel obscura que paladeo golosamente.
  • Uno tras otro los 5 panales se vaciaron en la boca de benicasa es muy raro se repitió sin embargo el motivo de esa rareza como si tuviera hormigas.
  • Voy a morir ya no puedo mover la mano.
  • Estoy paralítico.
  • Una somnolencia se apodero de él.
  • Su padrino hallo 2 días después el esqueleto cubierto de ropa de Benicasa.
Como conclusión podemos decir que si uno desconoce el lugar o la situación al que va o esta uno es mejor preguntar a quien sepa o tenga mayor experiencia y no pensar que uno todo lo sabe o todo lo puede.
Lo que puede molestar a quien le pregunte pues como en esta historia termina mal por el desconocimiento de los peligros que enfrenta y que lo puede a uno llevar a la muerte o al fracaso por lo que el mensaje que se da es que uno debe preguntar informarse antes de actuar.